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Una chica más


Aunque a simple vista parezcan unos pendientes más, unos más entre los miles pendientes que he acumulado a lo largo de mi vida en el joyero, no lo son. Para mí, son unos pendientes muy especiales. Estos pendientes me los regaló un amigo mío en un momento muy especial.

Para comenzar la historia nos remontamos a un año y medio atrás, a exactamente una semana antes de mi acto de graduación. Estaba reunida con mi mejor amigo en el bar de siempre, en el que nos podemos pasar horas y horas hablando y riendo, sin más compañía que nosotros mismos y un par de cervezas. La verdad es que me sorprendía estar allí ese día, ya que era un martes, y por lo general los martes él tenía que entrenar a futbol a su equipo de futbol de benjamines. Aun así, cuando me propuso que nos reuniésemos, no lo dude, al fin y al cabo, yo no tenía nada mejor que hacer.

A pesar de ser martes todo parecía normal, nosotros dos, la barra del bar, las dos cervezas, temas de conversación absurdos… Hasta que de un momento a otro se puso serio y me dijo la famosa frase “tengo algo que contarte”. En un primer momento pensé que sería alguna tontería de las suyas, pero por su expresión, rápido me di cuenta de que algo pasaba.

Se puso nervioso (a decir verdad, creo que ha sido una de las únicas veces que le he visto nervioso), le costaba seguir hablando. “Venga, dime pesado” le dije yo intentando aparentar normalidad, aunque posiblemente me había puesto yo más nerviosa que él.

Por fin se decidió a hablar. Yo escuchaba atentamente. Los sentimientos se me removían, era una mezcla entre alegría y tristeza que no sabría muy bien definir. El caso es que, después de 22 años de vida juntos, llegaba el momento de separarnos por miles de kilómetros. Unos días antes le habían llamado desde Detroit para ofrecerle un contrato de prácticas que había solicitado hacia bastante tiempo.

“¡Que guay!” “¡Estados Unidos!” le dije cuando terminó de hablar. La verdad es que era una pasada. “Enhorabuena” “Te lo mereces” “Es una oportunidad de la leche” y expresiones del estilo no paraban de salir por mi boca de manera inconsciente. Una parte de mi estaba muy contenta por lo que todo eso suponía para él, pero la otra parte (a la que podríamos llamar “la egoísta”) estaba deseando pedirle que no se fuese. Aun así, no lo hice. Supuse que él tendría la misma lucha interna que yo, o incluso más. No quería agravar el asunto.

El continuó la conversación dándome datos y detalles de lo que allí le esperaba. La verdad es que sonaba muy bien. Yo seguía intentando asimilar que se iba. Tras mucho rato pensándolo, me decidí a hacer la temida pregunta “Y, ¿Cuándo te vas?” a lo que él me respondió “pues si nada cambia, creo que el martes que viene”. “¡Que precipitado!” pensé. “¡Que pasada!” respondí.

La conversación sobre su nueva vida siguió durante horas. La verdad es que poco a poco mis sentimientos de pena se fueron desvaneciendo a medida que veía su entusiasmo.

Esa misma tarde me regaló estos pendientes, con intención de que los llevase a mi acto de graduación. “Yo no voy a estar allí, pero así te acordaras de mi ese día” me dijo. La verdad es que no necesitaba llevar unos pendientes para tenerle presente, pero fue un detalle precioso por su parte.

Obviamente, el día de mi graduación me puse esos pendientes (que, además, he de admitir, que combinaban a la perfección con el vestido) y al de un mes, a las bodas de oro de mis abuelos. Creo que los usaré cada vez que tenga un evento especial.

Desde este día, como bien he dicho, ha pasado un año y medio, y desde entonces, no he vuelto a verle. Sí que es cierto que volvió a España por navidades, pero por diversas circunstancias no pudimos coincidir. Aun así, hablamos a diario y nuestra amistad sigue tan fuerte como siempre.


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