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María B.


“Vosotros tenéis reloj, nosotros el tiempo”.

Si tuviese que escoger un lugar para perderme, aquel al que cuando cierro los ojos me imagino allí, sería sin duda, el desierto de Merzouga.

Su gente, sus costumbres, sus lugares, cada pequeño rincón de Marruecos enamora. Enamora no estar pendiente del móvil a cada minuto tal y como estamos acostumbrados, enamora no necesitar nada más que lo imprescindible para vivir (y por supuesto no me refiero a bienes materiales), enamora ver como las personas siguen teniendo ilusión por hacer feliz a los suyos, y a ti, enamora romper con los prejuicios, enamora apreciar la naturaleza, la esencia de la Tierra, enamoran sus noches estrelladas (el cielo más bonito que jamás he visto) y pedir deseos con cada estrella fugaz que puedes ver desde las grandes y cálidas dunas, enamora dejarse llevar por sus olores y su acento, enamora el sonido de sus tambores artesanos, enamora la bondad de los anfitriones, las ganas que ponen en todo aquello que hacen. Y sobre todo, enamora ver que para ser feliz tan solo hace falta querer serlo.

En este desierto, un bereber habitante del mismo me dijo:

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Y es que muchas veces, un viaje puede cambiarte la vida, marcar un antes y un después. Este es, sin duda, uno de ellos.


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