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Marina P.


Siempre había tenido gatos en casa de mis abuelos, pero mis padres nunca me habían dejado tener un gato en Valladolid hasta que apareció Oreo.

Esta historia es de hace tan solo 11 meses, pero para mi es algo que me ha cambiado la vida. El gato de la foto se llama Oreo, es un gatito que encontré el verano pasado en mi pueblo abandonado con unas semanas de vida, no había ni abierto los ojos. Me lo lleve a casa y empecé a darle el biberón; poco a poco fue creciendo y pronto empezó a corretear y a saltar por todos los lados. En septiembre, volvimos a Valladolid y el gato se vino con nosotros; ya habían pasado dos meses y, con la mejoría que había tenido, no le podíamos dejar allí solito. Así fue como mis padres aceptaron tener un gato en casa, no quedaba otra y le habían cogido tanto cariño que ya era uno más de la familia. Para mi significa muchísimo ya que gracias a los biberones que le daba cada dos horas consiguió sobrevivir. Ahora entrar en mi casa y ver como viene a saludarme es lo mejor que hay. Cuando estas cansado y te sientas en el sofá, ahí esta Oreo para que le acaricies. Se sienta a tu lado, se queda dormido y te da pena hasta moverte por si se despierta. Oreo siempre está para alegrarte los días. Verle corretear y jugar hace que tengas una sonrisa en la boca. Me resulta gratificante como una cosa tan pequeña puede hacerte sentir tanto


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