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Lara G

La historia del collar que he dibujado comienza en el verano del año 2019, época en la que estuve en Londres trabajando de AuPair.

El día 18 de junio llegué a la que sería mi casa durante dos meses. Allí vivían los padres del niño al que cuidaría, el niño y dos mascotas. Con ellos creé una relación estupenda, ya que compartimos muchos momentos juntos.

Sin embargo, fue con la abuela del niño con la que creé la relación más maravillosa e inolvidable. Ella vivía a media hora de la casa en la que yo estaba, así que compartimos también muchos momentos juntas. Cuidar a su nieto (Blake) no fue fácil al principio y ella me ayudó en todo momento; me dio consejos para conseguir su atención, me advirtió de la forma de ser tan peculiar que tenía, de sus <<travesuras>> más comunes y de otras muchas cuestiones que me ayudaron a cuidar al niño de la mejor manera posible.

La ayuda que recibí por parte de la abuela de Blake no solo estaba encaminada al cuidado de su nieto…Ser AuPair en un país desconocido no es algo fácil y ella lo sabía. Por tanto, ella se ocupó de enseñarme la ciudad en la que vivía (Londres), los medios de transportes y su uso adecuado e incluso me presentó a varias personas que tenían mi edad para aprovechar mis ratos libres. Todo lo que hizo por mí en tan solo dos meses fue muy valioso y yo se lo agradecí de muchas formas. Unas de ellas fue depositando toda mi confianza en ella, lo cual significaba compartir mis inquietudes y preocupaciones con ella como si de mi madre se tratase. Ante ello, ella actuó como una verdadera madre conmigo; me aconsejó, me cuidó, me protegió…Ello hizo de mi estancia algo más <<llevadero>>, agradable y, en definitiva, especial. Al igual que ella actuó de esa manera, yo siempre traté de estar a su altura para ayudarle en lo que fuera posible. Al parecer, lo conseguí, ya que ella se refería a mí como <<la hija que nunca tuve>>.

Nuestra relación no fue de abuela y AuPair, nuestra relación fue de amistad, de cariño, de amabilidad, de confianza de respeto; de madre e hija. Aprendimos juntas lo que nunca habríamos llegado a pensar.

El día de la despedida (15 de junio de 2019) fue muy emocionante. Puesto que ninguna quería olvidarse de aquella relación, ella me dio un regalo para que siempre la recordara. El regalo era un collar muy valioso para ella que su madre le había regalado. Era una cadena básica y de ella colgaba un colgante en forma de piedra; era la piedra del amor, un cuarzo rosa. Su madre lo había llevado siempre puesto y, tras vivir una relación de amor y cariño con ella, el collar pasó a sus manos. Como previamente he enunciado, nuestra relación fue de madre e hija y ambas fuimos conscientes. Por tanto, el collar que tanto significaba para ella acabó en mis manos.

Siete meses después, aún recuerdo las palabras que ella me dijo al entregarme el collar: <<Cuídalo como lo que más quieras, te servirá de gran ayuda en el camino>>. Así fue, siete meses después, no he dejado de cuidar ese collar ni un solo día. De hecho, es tal la confianza que he depositado en él, que siempre que tengo que enfrentarme a algo que me da miedo, lo llevo conmigo. Con tan solo llevarlo siento que conseguiré aquello que me proponga y, hasta el momento, así ha sido.

El collar que la abuela me dio tiene actualmente un gran valor emocional para mí. Con tan solo mirarlo evoca en mí muchos sentimientos; alegría, amor, satisfacción, nostalgia, felicidad, gratitud… Son todas esas emociones las que han constituido un vínculo entre el collar y yo.


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