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Sofía


Mi abuela era muy buena. Era buena de verdad. Nunca estuvo enferma. Por eso recuerdo muy bien el día en que mi madre me llamó para decirme que estaba en el hospital. Fui llorando desde casa hasta allí. Se iba.

“Yaya”, le decía en el hospital, “¿te acuerdas de mí?”

“Claro que sí, eres la novia de Gonzalo. Quítame esto (la vía) y vamos a casa.”

En sus últimos años escribió un cuaderno de poemas que guardamos. Cantaba mucho, sabía canciones populares y se acordaba de todas. Registramos en vídeo muchos de esos momentos, y editamos un DVD con todos esos recuerdos audiovisuales. Pasó un tiempo desde que murió hasta que fui capaz de verlo. Todavía hoy se me hace un nudo en la garganta.

Elegí para mí el reloj de cuerda de mi abuela. Tenía joyas de valor, pero este reloj era el que usaba a diario, el que llevaba siempre. Tiene las marcas propias del uso. De vez en cuando se para y hay que darle cuerda. Lo uso sólo en ocasiones especiales, porque me gusta pensar que ella está presente y que me sigue cuidando allí donde esté.


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