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Marina P


Estas placas fueron de las dos perras que tenía de pequeña. Una de ellas pertenecía a Yala, una cocker marrón que me acompañó durante toda mi infancia hasta que llegó el fin de su vida. Crecimos juntas, fuimos compañeras de travesuras y aventuras y poco a poco se convirtió en mi mejor amiga, ya que al vivir en el campo y no tener vecinos, era mi más fiel compañera. Finalmente un día de invierno terminó su viaje en este mundo, pero nunca va a terminar en mi corazón porque su recuerdo permanecerá siempre conmigo.

La segunda placa pertenecía a Canela. Fue de otra perrita con una vida un poco más dura que la de la anterior. La adoptamos de un centro en el que vivía arrinconada por miedo a los seres humanos causado por los diversos maltratos que sufrió a lo largo de su vida. Nosotros quisimos cambiar eso. Con la adopción y el cariño que nuestra familia le otorgó, se convirtió en una perrita activa, feliz y muy agradecida, como si supiera que la habíamos salvado de una vida repleta de crueldades. Desgraciadamente, el destino está escrito y esta perrita falleció siendo atropellada en la puerta de su propia casa. Nunca olvidaré su mirada y como movía su cola agradeciendo hasta su último instante que yo estuviera con ella.

Son dos historias de dos perritas que me han marcado la vida, con la primera crecí y con la segunda maduré al afrontar una pérdida injusta y evitable.

Estas dos placas representan mi patrimonio individual, aunque no hace falta la presencia material de ellas mismas para recordar lo que representan.


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