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Carla R. N.


Ese hombre.

Ese hombre fue un niño, pero ese hombre creció.

Ese hombre vivió una vida admirable, ese hombre cuidó de sus padres, de sus hermanos, de sus amigos y de esa niña.

Ese hombre, a sus 18 años cumplió su sueño, dedicarse a la música como discjockey.

Ese hombre creyó ser feliz pero realmente, ese hombre fue feliz cuando tuvo a esa niña.

Ese hombre dejó todo para dedicarse a esa niña. Ese hombre protegió y amó a esa niña.

Esa niña fue feliz junto a ese hombre porque para esa niña, ese hombre era lo más grande, hasta que por desgracia un día esa vida que era de dos se convirtió en una vida de uno.

Ese hombre, antes de volar dijo que su felicidad era esa niña, por eso, antes de irse quiso dejar en buenas manos a esa niña y qué mejores manos que las de la hermana de ese hombre.

Esa hermana cuidó de esa niña y ahora, esa niña es adulta, esa niña no olvida nunca a ese hombre y a esa promesa que le hizo en los últimos instantes.

Esa niña lucho por ser fuerte, esa niña luchó por superar hasta que entendió que no había nada que superar porque ahora sabe que ese amor nunca se irá y que el dolor desaparecerá.

Esa niña ahora solo tiene un miedo, esa niña tiene miedo de olvidar, porque esa niña sabe que la memoria es algo frágil y esa niña no quiere olvidarse nunca del rostro de ese hombre, por eso, esa niña guarda con recelo las pocas fotos que tiene de ese hombre, porque ese hombre fue el primer amor de su vida.

Ese hombre fue, es y será siempre su padre.

Esa niña soy yo, y ese hombre, es mi padre, Javier.


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