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Isabel

  • OEPE proyectos
  • 22 nov 2018
  • 1 Min. de lectura

Hace muchos años, cuando tenía 3 o 4 años, me pasó lo peor que a ojos de una niña podía pasar en verano: tuve varicela. Estábamos en una casa en la playa compartida con mis primos, uno de los cuales, aun bebé, no había pasado la enfermedad y mis padres me impedían verle. No fue la única prohibición ya que tampoco podía ir a la piscina ni a la playa... Por lo que unas vacaciones geniales pasaron a ser unos días muy tristes. Mi mamá se pasaba todo el tiempo conmigo y un día, sabiendo que yo estaba triste, cogió uno de los juguetes del carrito de mi primo pequeño y me lo regaló con la excusa de que él también me echaba de menos y que quería que lo tuviese yo. A partir de ese momento, tener este juguete me hizo sentirme acompañada y feliz.


 
 
 

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